viernes, 14 de noviembre de 2008

No PRIDE (I), por G. Sheridan

Revista Letras Libres, número 118, octubre de 2008.

Acabo de ser degradado en el PRIDE, el programa de estímulos de la UNAM. Bajaron mi calificación y mis ingresos. Qué pena. ¿Se deberá al pasante KISS, a la tonta Alhelí Somoano y al coreano Sung Kun Park? ¿O a quién?

El pasante KISS estaba decorado con una leontina de pachuco que le parecía la mar de elegante. Su tesis era una cacofonía forrada de keratol morado con el escudo de la UNAM y el logo del grupo KISS. El examen fue un desastre y lo reprobé, pero pasó por “mayoría de votos”. Nadie, me dijeron los otros sinodales, reprueba su examen. A Alhelí Somoano –pecas, escotes, mejillas tremebundas– acepté dirigirle una tesis sobre el erotismo de López Velarde. Pronto puso en evidencia que era impermeable a cualquier tentación de pensar, como dice Borges, y le pedí buscar otro director. El coreano Sung Kun Park llegó con una tesis de doctorado sobre Octavio Paz y el surrealismo. Su castellano era nulo, pero la tesis cansaba quinientas páginas: un pastiche de plagios. Le dije que era un pillo y sonrió. Le ordené buscar PLAGIO en su diccionario. Ya no sonrió. Al día siguiente confesó que había comprado la tesis y me quiso regalar un paquete de fin de semana en Nueva York. Exigí su expulsión. En la Facultad me dijeron que media docena de coreanos se había titulado en tiempos recientes (todos con el mismo director de tesis).

Me hice así de una fama de severo, exigente y sabueso de plagios: pésimas calificaciones en el mercado de los exámenes profesionales (y en su sublimación: las estadísticas). Resultado: en veinte años he fungido como sinodal en sólo cuatro ocasiones: tres por ser director de las (buenas) tesis y una porque el osado pasante tenía ganas de una buena discusión.
Mi caída en el PRIDE obedece, me dicen, a que no dirigí tesis ni fui jurado en los últimos cuatro años. Todo indica que la UNAM me adjudica el poder de imponer mi voluntad sobre la del pasante y ordenarle que me elija. Es extraño, pues los reglamentos señalan a las autoridades la obligación de analizar con qué expertos cuenta para armar el jurado y valorar al director de tesis que propone el pasante. Pero eso son sólo reglamentos que, como su nombre lo indica, son nada: en los hechos, el pasante elige a todos.

El examen y la tesis se han convertido en un formalismo: nadie reprueba. Es más, en 2007, el 76% de los examinandos en la Facultad de Filosofía y Letras recibió mención honorífica (antes eran más, pero “se establecieron criterios más rigurosos”1). El 24% restante impide que la mención honorífica sea automática e institucionalizar que lo común es lo mismo que lo extraordinario.

Entre 2003 y 2007 se presentaron en el posgrado diez tesis que yo debería haber dirigido: conozco los temas y he escrito libros sobre ellos. Los pasantes prefirieron a otros, la autoridad lo aceptó y ya. Ni siquiera se me ordenó fungir como sinodal. Pero la UNAM me castiga a mí por no acatar órdenes que nunca recibí, no a la autoridad por no expedirlas. Que las tesis y los jurados no son lo que deben ser es un asunto tan reconocido que el Consejo Técnico de la Facultad recomendó la creación de “listas de tutores de alumnos, asesores de materias específicas y jurados de tesis”2 y que pasantes y autoridades se subordinen a ellas. Una curiosa recomendación, pues tal proceder ya existe en los reglamentos.

Por otro lado, la Facultad, que exige dirigir tesis y ser jurado, permite ocho opciones para titularse de licenciatura sin hacer tesis. Haga usted un reporte sobre su trabajo social y se licencia. Mucho más fácil que escribir tesis (a menos que la compre hecha). Pero entonces ¿por qué la UNAM no compensa a los académicos con opciones para no dirigirlas? En los años a evaluar impartí clases a ochenta alumnos, pero, como no dirigí tesis, esos cursos no me sirven para nada. ¿Por qué? Porque sí.
Otro motivo por el que se me degradó: no formé parte de comités ni tuve un cargo administrativo. Esto se llama “falta de participación institucional”. Pero el reglamento del PRIDE dice que sólo se le pueden pedir cuentas sobre tal participación a los académicos cuando se les haya sido requerido hacerlo. Y nunca se me requirió. Es lo mismo que dirigir tesis: el pasante y las autoridades son los únicos que pueden pedirle a un académico que dirija tesis o funja de jurado. Si no lo piden, el responsable es el académico. El rector y otras autoridades son los únicos que pueden pedirle a un académico que ingrese a un comité o tenga cargo académico-administrativo. Si no lo ordenan, el responsable es el académico. Queda claro, pues, que yo soy el único responsable de lo que no es mi responsabilidad.

No quiero decir con lo que he narrado que no haya casos, y muy encomiables, de pasantes con mérito que hacen esfuerzos serios por aprovechar su talento en tesis importantes dirigidas por tutores de calidad y rigor. Me precio del rigor con el que la UNAM me otorgó mis títulos académicos, del esfuerzo que me significó y del rigor de mis maestros, que procuro emular. Y sé que hay muchos casos iguales. Las virtudes de la UNAM siempre serán superiores a sus defectos. Pero manipular los reglamentos, en la UNAM, ya no es defecto: la ofende y nos ofende. (Continuará)

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